Desde el prefacio del libro, Postman aventura una hipótesis
coherente; la de que Huxley y no Orwell tuviera razón. Ambos autores han planteado
futuros apocalípticos en cuanto al ser humano se refiere, Orwell con “1984” y
Huxley con “Un mundo feliz”, pero es la de Huxley la que plantea un mayor
interés en los albores de este nuevo milenio. El libro consta de once capítulos,
gran parte de los cuales están dedicados a la revisión de los medios de
comunicación a lo largo de la historia de los Estados Unidos y su influencia en
el llamado discurso público.
Las partes que resultan especialmente interesantes, son
precisamente las que se alejan ligeramente de la intuición o la reflexión
corriente, es decir las que poseen referencias que provocan una visión
desconocida.
Con; “El medio es la metáfora”, se acerca mucho a su maestro
Macluhan y su “El medio es el mensaje”. No se puede hacer filosofía en un medio
carente del discurso lógico del lenguaje. No se puede hacer filosofía en la
televisión, porque su fundamento es puramente visual, lo cual orienta hacia un
discurso de imágenes, no de palabras.
Especialmente esclarecedor resulta la reflexión que explica
como existe relación entre las formas humanas de comunicación y la calidad de
una cultura. Así, las características gramaticales de una lengua influyen en la
forma de pensar y concebir el tiempo, el espacio y las cosas. No llega a una
categorización de la realidad como lo hiciera Wittgestein a propósito del
lenguaje, pero si que se acerca a las consideraciones de Orwell en tanto la
desaparición de un concepto es la erradicación de una reflexión y una realidad.
La prodigalidad de citas es notable y fructífera, como llamada
a Ernst Cassirer cuando afirma que los avances en el campo de lo simbólico son
alejamientos entre el hombre y la realidad que le rodea para adentrarse en si
mismo, idea que comparte desde una perspectiva similar Clifford Geertz en su “Interpretación
de las culturas”
Si consideramos las creencias como fundamentación general de
la realidad humana, podemos afirmar que se ha desplazado la magia de la
escritura por una magia de la electrónica.
Así, el concepto de verdad está ligado a los prejuicios de
las formas de expresión. Quizá no llegue confirmarse un aserto tan categórico,
pero si es cierto que las formas que puede adoptar la expresión de la verdad
son variadas y puede que incluso contradictorias. Toda epistemología parece ser
epistemología de una etapa del desarrollo de unos medios y en este sentido
Postman lo que trata de conseguir es el arranque de esta nueva gnoseología.
Los estadios que transcurrieron hasta la consolidación de la
tipografía en los Estados Unidos son resumidos y ligados en cierta medida a la
historia Europea y a los llamados padres fundadores de dicha nación. La mente
de los habitantes de una civilización basada en la tipografía difiere
considerablemente de la actual, especialmente si atendemos a la capacidad de
concentración. El empleo del lenguaje como un medio de argumentación estaba
ampliamente extendido y era corriente en la vida pública. Tanto la palabra
escrita como la hablada tienen un contenido semántico y argumentativo, lo cual
no se puede asegurar sobre muchos de los discursos visuales contemporáneos. Una
frase escrita demanda que se exprese algo y el que lo lee reclama ese algo de
dicha exposición.
En el fondo de lo que se habla aquí, es de la naturaleza del
lenguaje y sus implicaciones psicológicas, pues es una actividad fundamentalmente
racional y basada en un tratamiento analítico del conocimiento. Para la gente
de la época en que la palabra primaba, la lectura era tanto su conexión con el
mundo como su valoración del mismo. La disertación planteada desde estos cauces
es tanto un modo de pensamiento como un método de aprendizaje y un medio de
expresión. El telégrafo, desde su visión norteamericana, ha destruido
considerablemente este tipo de discurso porque el valor de la información ya no
se asociaba a la utilidad de esta. Esta nueva forma de comunicarse, generó
grandes cantidades de información irrelevante lo cual alteró la relación entre
la información y los sujetos. La fuerza principal de la telegrafía era la de
movilizar la información, no la de analizarla o explicarla. Es la cantidad y no
la calidad ni la comprensión de esa información la que ahora se considera
valiosa.
Respecto a la fotografía, como invento clonador, es similar
a lo que significó la imprenta para la palabra, pero aplicado a la imagen. La fotografía,
en este sentido, no puede tratar con lo invisible, lo remoto, sino que
reproduce un fragmento de espacio y tiempo, es decir, un objeto. Mientras, el
lenguaje, reproduce una idea, la fotografía puede poner en relación fragmentos
de la realidad muy alejados, es decir descontextualizados. “Toda comprensión
comienza con el rechazo del mundo tal y como aparece” (Susan Sontag) y la
fotografía no permite un rechazo tal como el que la letra prefigura. La noción
de “pseudocontexto” es interesante, consiste en asociar a una información
fragmentada e irrelevante una apariencia de utilidad a partir de la estructura
que la rodea. La televisión es el medio que no excluye a nadie, ni por edad,
pobreza ni educación, organizando el entono de comunicación en que nos movemos.
Llega incluso a condicionar nuestras maneras de conocer y nuestra percepción de
las cosas.
Es desde luego una revolución importante, ya que el mundo que nos
ofrece la televisión ya no nos resulta extraño, sino natural. El resto del
libro, trata de hacer visible la epistemología de la televisión. Los usos que
la televisión puede ofrecer son multitud. La tecnología que ofrece es solo una
máquina que crea unas condiciones de comunicación social e intelectual. El
problema es que presenta todos los asuntos como entretenimiento, el acto de
pensar no se adapta bien al medio, no le es cómoda la reflexión simultánea. La
credibilidad de la narración se ha depositado en la credibilidad del narrador y
no del texto. No busca la verdad, sino que intenta reproducir la verosimilitud,
la apariencia de veracidad. La yuxtaposición de multitud de elementos
inconexos, sin una referencia ni explicación han causado un abandono de nuestro
discurso lógico. La clave de la desinformación es la creencia, por parte del sujeto,
de que sabe algo, o lo que es lo mismo; “Una comunidad no puede gozar de la
libertad si carece de los medios para detectar las mentiras” (Walter Lippman)
Perfecta readapta la frase de Robert MacNeil a todas estas
reflexiones; “La televisión es el soma de Un mundo feliz”, y es que tanto la
forma como el contenido de las noticias se están convirtiendo en
entretenimiento.
Respecto a la religión, dentro de la difusión televisiva, únicamente
precisar un par de apuntes, de entre los relevantes, que se trata de un
entretenimiento más. Genial metáfora que Postman utiliza para explicar la
relación de las religiones con el medio televisivo; “Como en la traducción de
una poesía, podemos hacernos a la idea del significado del poema, pero
generalmente se pierde algo, en especial lo que lo hace bello” La televisión
introduce personajes en nuestro corazón, no abstracciones en nuestra mente.
Dentro de la repercusión política que la televisión ha
incluido, la publicidad y sus formas han introducido grandes varianzas. La
publicidad ha asestado un duro golpe al sistema capitalista y a la economía de
mercado, pues las que antes eran características que determinaban la calidad de
un producto son ahora meros instrumentos de manipulación emocional sin
argumento ni motivo fuera de las inclinaciones pasionales. Ha influido tanto en
el discurso público que ya éste sigue las directrices de la publicidad y no del
discurso racional. Ya no convencen los argumentos, sino la capacidad para
alcanzar y calmar nuestro descontento o los motivos que creemos son origen de
este.
Así, la historia está perdiendo valor, pues esta solo tiene trascendencia
si alguien considera que en el pasado existen modelos que pueden proporcionar y
enriquecer el presente. La gramática de la televisión no tiene formas de
reconsiderar el pasado, por lo que este queda descartado, únicamente el
presente al que nos catapulta tiene interés, eso si, incoherente. Esta
desaparición suave del pasado, es lo que Huxley aventuraba con más tino que
Orwell. La televisión no prohíbe libros, simplemente los desplaza. Dentro de la
educación tenemos el mismo efecto, pues socava la idea tradicional de
educación, transformándola en un entretenimiento más.
El ejemplo de Barrio
Sésamo se menciona varias veces para explicar como este programa infantil, que
no es malo, no ayuda a apreciar la escuela, sino a amar la televisión. Según
Dewey el contenido de una lección es lo menos importante del aprendizaje. Sin
llegar a esos extremos, lo cierto es que el cómo se aprende es tan importante
para el desarrollo mental como para condicionar formas de asir la realidad.
Interesante y justificada es la afirmación de que la televisión debería
considerarse una asignatura pues representa todo un sistema de estructuración
de la realidad. Una educación sin prerrequisitos y sin explicaciones, eso y no
otra cosa, es el entretenimiento. El contenido de las asignaturas, en
definitiva, quedaría determinado por el carácter de la televisión.
Lo que en el último capítulo Postman denomina ideología, está
más cerca de lo que podríamos concebir como las consecuencias de introducir
nuevas tecnologías en un marco socioeconómico preexistente. Lo más interesante
y en cierto modo decepcionante, son las soluciones que el autor propone ante
este rescoldo en que nos encontramos. La solución debe encontrarse en cómo
miramos, pues aún no sabemos qué es exactamente la televisión. La
desmitificación del medio es un paso tan necesario como dificultoso, para la
educación o reeducación que propone. Como soluciones prácticas propone la
creación de programas destinados a demostrar como se ve la televisión y sus
consecuencias. El apoyarse en las escuelas como centro desde donde enfrentarse
al problema, es el referente propio de un intelectual vivido en una cultura que
añora y reivindica. Solución que si bien parece ser la más interesante apenas
la apuntala antes de cerrar el libro con los desastres de Huxley como
referente.
Como capítulo a desarrollar bajo una mirada más cercana,
considero interesante el cuarto, titulado “La mente tipográfica” Ya sea adrede
o sin consciencia de ello, Postman ha desmitificado la televisión desvelando su
epistemología para mitificar la escritura y todos los seres que generaba.
Al comienzo del capítulo se explaya, como a lo largo de casi
todos sus capítulos con ejemplos que normalmente se configuran dentro de la
historia reciente (no hay otra) de Norteamérica. En este caso los discursos
políticos ofrecen una ocasión inmejorable para exponer las características de
una sociedad imbuida en el lenguaje y sus recovecos. Prácticamente desde su
formación, Estados Unidos ha poseído una elite de intelectuales directamente
herederos de la ilustración europea. Las horas que podían permanecer atentos
bajo un discurso denso es admirable pero también algo exagerada. Es cierto que
la época de generalización de la lectura fue prospera en cuanto a la forja de
intelectos y de una gran masa de individuos conscientes de la realidad y sus
diatribas, pero también lo es que los charlatanes, las sectas y los
predicadores de infinitud de grupos religiosos se extendieron por ese basto
terreno que era Norteamérica. La utopía literaria que Postman plantea es
fascinante, pues posee grandes dosis de documentación que lleva a la conclusión
de que el razonamiento era capacidad necesaria y potenciada, por y para estos
menesteres, y sin embargo, como profesor implicado, no puede dejar de expresar
una añoranza que se incluye entre la de los apocalípticos que U.Eco describía.
El análisis, propio de la escritura y su desarrollo oral, es alentado por esa
cultura pasada, pero tampoco hay que negar esta capacidad al individuo fuera de
esas motivaciones. Las lecciones de historia americana se suceden y nos incitan
a reflexionar sobre la influencia que con el paso de los años ha podido llegar
a Postman y sus reflexiones. La era de la imprenta masiva, pese a ser una época
dominada por la reflexión, no es dominio exclusivo de la razón, pues las
pasiones también se exaltaban. Ya no las arengas a los ejércitos, sino las
emociones que ilustres de primera fila empleaban.
Las iglesias, las
Universidades, los textos legales, todo un corpus de conocimiento,
instituciones y personajes que propagaba el pensamiento racionalista. No solo
era el estar informado de las cuestiones legales existentes en la época, sino
que también era, el poseer un conocimiento capaz de comprender el léxico legal
de la época. El ideal sobre el que se movía la mentalidad de la época, era un
ideal basado en utopías tipográficas, o al menos forjadas sobre una mentalidad
tipográfica, esto es, literaria, racional y empirista. La historia de la
propaganda en estados Unidos, puede considerarse la de la propia recesión de la
mente tipográfica, el ocaso de la razón en favor del entretenimiento.
Los anuncios, con sus orígenes como mera frase pública en pos
de un interés común, se ha modificado
paulatinamente llegando a desplazar el discurso moderno. La publicidad empezó a
apelar a las pasiones y no al entendimiento. Lo cual no significa forzosamente
que antes de este cambio todo lo que se dijera en los anuncios fuera verdad,
pero lo trascendente es que la veracidad de la publicación sí poseía
importancia. La importancia de los personajes públicos era, en su mayoría, la
importancia de lo que habían escrito.
Es evidente que la diferencia de los
sujetos que leían por aquel entonces era también la de una sociedad con unas
escasas posibilidades de ocio fuera de la lectura y algunos espectáculos
puntuales. La lectura era pues, sinónimo de comprensión, y como tal no se advertía
sin la introspección propia de una concentración importante. En la actualidad,
este vínculo está lejos de ratificarse y las pruebas de lectura o análisis de
textos son un vivo ejemplo de esta carencia de interioridad.
La disertación
como modo de pensamiento, aprendizaje y expresión, plantea todas estas
sugerencias al desarrollo humano que lo ha forjado. Podemos llegar hasta el
punto de afirmar que las características de la tipografía y la disertación, es
decir, del lenguaje, son las características que inculca al género que lo
practica. Dentro de ellas destacamos; capacidad conceptual, deducción, orden,
razón, imparcialidad, objetividad...es esta la era de la disertación que ha
sido abruptamente sustituida por otro período, una edad del espectáculo, una
época del entretenimiento.
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