La
técnica literaria de Muñoz Molina en “El invierno en Lisboa” es relevante por
su repercusión en el propio contenido de la obra. Es probablemente el apartado
más trascendente, en el sentido de que la historia en gran medida es una excusa
para desarrollar todo un mundo de percepciones y atmósferas nocturnas. Estas
atmósferas están marcadas por una lluvia continua, ya sea San Sebastián, Lisboa
o Madrid, junto al humo y el alcohol de tabernas del centro.
No
utiliza el modelo tradicional de relatar, no busca el realismo, sino que se
adentra en el lenguaje cinematográfico, donde el espacio y el tiempo pueden
alterarse, concentrarse y dilatarse, utilizando a su vez flasbacks e influyendo
así en la creación de escenarios entorno a la trama. Estas características nos
llevan a pensar que el argumento se adapta a la narración, es decir, que la
estructura de la obra, viene dada por la forma de narrar y no por el contenido
de la propia historia. La forma se impone sobre el contenido.
El
narrador de la novela es un fiel amigo de Santiago Biralbo, que sabe todo
aunque no participe en primera persona de los acontecimientos, salvo en breves
ocasiones, como en el último capítulo, en el que toma el papel de anónimo
protagonista de la obra. El amigo, a modo de narrador omnisciente, nos describe
la atmósfera y las acciones de Biralbo, dando paso sin interrupción, ni cambio
de capítulo, a un diálogo como si él mismo estuviera presente.
La
narración del proceso interior de protagonista no es lineal y simple, y por
ello, en combinación con la ominiscencia paradójica de un recuerdo que no es
propio, se crea en ocasiones una confusión que plantea la pregunta de, quién
está contando la historia y cuando ha ocurrido. El carácter omnisciente, junto
a la forma de relatar, producen la sensación de que el amigo de Santiago es una
especie de demiurgo que maneja a los personajes, lo que hacen, piensan y
sienten. Es en gran medida la representación literaria del propio escritor.
El
papel del lector en la obra se centra en representarse la memoria visual que
Muñoz Molina va dejando en cada capítulo, y que a modo de escenas dentro de una
película se desarrollan las acciones y los personajes.
Estos
personajes viven en diferentes universos formados a base de la cotidianidad
individual y sus atormentados mundos interiores. Personajes que en la búsqueda
de algo que no se concreta se acercan a impulsos agónicos de autodestrucción o
hedonismo. Esto queda perfectamente reflejado en la música que parece sonar a
lo largo de toda la obra a través de referencias continuas. El jazz como los
personajes, juega a un ir y venir indeterminado, a alcanzar lo inalcanzable,
esa felicidad, que intenta detener lo que está en continua mutación. Así, con
el paso de los años, el amor que había surgido queda irreconocible en unos
personajes que han cambiado trágicamente.
Pese
a la trascendencia de los sucesos, todo parece observado por un cristal de
ficción narrativa, donde los personajes no viven las cosas como reales, sino
como si fueran actores de cine o teatro.
Respecto
a los diferentes planos en que discurre la novela: el relato narrado, los
diálogos y la acción contada en primera persona, decir lo siguiente:
-
En la narración en tercera persona, el anónimo amigo de Biralbo, está
recordando la historia que éste le contó estando en Madrid. El carácter
omnisciente resulta cuanto menos ambiguo, al confirmar que el narrador es un
simple repetidor de algo que Santiago ha recordado. En este plano lo pasado y
lo presente se mezclan. Es decir, cuando más profundiza en la ominiscencia de
una descripción, tomamos como evidente el está allí en el presente, y cuando
rememora la historia que Biralbo le a contado nos reafirmamos en un pasado lejano.
Esto sucede por una peculiar característica del relato, que consiste en la
existencia de una sensación narrativa en primera persona. Fundamentada en gran
medida en que el narrador pone en mente del protagonista multitud de
meditaciones y sentimientos propios de
la espontaneidad subjetiva, y también a que
comparten constantemente párrafos de descripción que en muchas ocasiones
no se hubiese podido dar ni tan siquiera por el protagonista dado su estado
físico y psicológico.
-
Los diálogos potencianesta falsa ilusión de narración en primera
persona cuando alterna la percepción continua del exterior con el conocimiento
de la interioridad del protagonista a niveles íntimos así como la desolación de
esta interioridad. Estos diálogos sirven para mostrar la soledad y aislamiento
de unos personajes que se necesitan unos a otros pero cuyo vasto mundo que se
intuye en su interior impide un acercamiento, impedimento que tiene por base la
certeza de que el otro tiene a su vez un fuero interno de proporciones tan insondables
como el propio.
-
La narración en primera persona, del amigo de Santiago se da a lo largo
de toda la obra, especialmente en los últimos capítulos, inmiscuyéndose de
lleno en la trama al tomar contacto con Lucrecia en un último y perturbador
encuentro.
Respecto
a la credibilidad de las narraciones tenemos que decir que siempre persiste una
interpretación. Pese a una aparente objetividad en la descripción al estar en
manos de su amigo, nada hay más lejos de la realidad pues ve incluso al propio
protagonista desde una marcada perspectiva de camaradería y como un espontáneo
confesor. En las descripciones da la sensación de que incluso asume como
verdadero lo que Biralbo percibe y siente.
Estos recursos producen una superposición de planos
temporales. Se produce una simultaneidad de tiempos, una multiplicidad de
tiempos en varios planos: El de los hechos que comienza dos años antes de la
conversación con su anónimo amigo(que es un segundo plano). Intercalado durante
toda la obra las pequeñas acciones que el narrador realiza, especialmente al
final de la obra, en un pasado que se siente más auténtico y real que el de
Santiago. El recuerdo como estructura base sobre la que juega con la fugacidad
de las acciones y los diálogos, frente a la extensión de la descripción
perceptiva.
Esta alteración contribuye a la desorientación, y así no solo
vivimos de forma cinematográfica las escenas, sino que también nos
identificamos con el protagonista y su problemática. Esta cantidad de planos
temporales, produce un ir y venir temporal que puede despistar, característica
esencial de la obra, pues con esta desorientación, la vivencia de Santiago se
comparte de forma mucho más cercana, y no solo eso, sino que el carácter de
abandono y soledad en un mundo violento y agitado se vuelve más comprensible.
El aspecto premonitorio de ciertas frases acentúa esta sensación, por ejemplo:
“...como la memoria de aquel último invierno que pase en San Sebastián”.
A
lo largo de todo el texto, el narrador comienza en multitud de capítulos
desarrollando su vida presente, para enlazar a través de un elemento común, con
el pasado y retomar la historia donde la había dejado.
Es
importante destacar que conforme sabemos más de la trama, el presente se va
actualizando y se nos van mostrando diferentes elementos que antes se nos
velaban por ausencia en la propia narración. El autor va desvelando tanto la
interioridad como los elementos de la historia, en la medida en que necesita
explicar las repercusiones de estos, y así, el presente se va enriqueciendo con
lo que aprendemos del pasado.
Todos
estos recursos influyen, de manera que al leer obtenemos como resultado la
sensación de estar viendo autenticamente una película de cine negro. Mientras
se lee, las imágenes se suceden como si realmente fuesen planos de una
secuencia. En este sentido, podemos afirmar que “El invierno en Lisboa”tiene
más similitudes con un universo fílmico que con la una dimensión literaria.
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