Análisis de Barton Fink


Los hermanos Coen  conforman el estandarte del cine norteamericano independiente, del llamado “cine indie”. En gran medida precursores de un resurgir fresco de formas, el tratamiento de los guiones y la dirección están encaminados ha una finalidad muy concreta.

Su sólida base literaria; su guión y dentro de este, sus diálogos delirantes, desarrollan un mundo irreal y cercano a la par. Comenzando desde temprano con sus actores fetiche, los Coen mantienen ciertos rasgos clásicos, como pueda ser la estructura narrativa o la cuidadísima iluminación, para despegarse de lo banal hacia lo que ellos prefieren: los detalles. Dirigen apuntando a la pincelada, a lo mágico, al descubrir algo por primera vez. 

Ya desde el principio de Barton Fink, nos encontramos al otro lado del telón, admirando los entresijos del teatro. Es en parte una gran película porque los Coen están hablando de si mismos, de sus dudas, inquietudes y temores. La cinta rezuma sinceridad en cada una de sus situaciones, por descontado y como siempre, tras los de matices del humor. La cámara siempre subida a su nuca en forma de conciencia, nos sitúa a lomos del escritor para recordarle su misión, para advertirle de los peligros, de las tentaciones del camino. Somos su recuerdo, sus esperanzas por un teatro para el hombre de la calle. Basta mirar con atención, para percatarse de que esto no es una comedia, ni pretende serlo. 

El tema es muy serio, quizá hoy sea uno de los temas clave. Pues, tanto en el interior como en el exterior del personaje, se sucede la misma cuestión, la que también nos muestra la transición clave del film. El choque del mar contra la inmutable roca, que no puede dejar de recordar la lucha del hombre contra la realidad, de los sueños contra el desánimo, la creatividad contra la avaricia camuflada o viceversa. Sus personajes estrafalarios, peculiares, aportan la profundidad necesaria para no caer en la mera gracia tonta o chiste fácil. 

La comunicación con el espectador es constante, el aporte de información a través de mensajes sutiles continúa aunque en declive, a lo largo de toda la película. La plasmación de sensaciones, mediante la integración de la música y la composición de las imágenes, permite hablar de maestros en el dominio del lenguaje cinematográfico. El llamado “territorio Coen” no está demasiado alejado del de David Linch, Tim Burton o en Europa de Jean-Pierre Jeunet o Atom Egoyan. Herederos de la teatralidad del cine negro, la generación de mundos mágicos, en los que se descubren nuevas leyes físicas, en los que el universo entero está subjetivado, es uno de los frutos más jugosos de este nuevo cine. 

Realizaciones nuevas sobre interpretaciones clásicas del medio. Este subjetivismo ya se veía en el 1920 de “El Gabinete del Dr. Caligari” (R.Wiene). Pues si podemos asociar a una escuela del pasado, esta concepción estética, es sin duda, a la del expresionismo. No obstante, no es la única. El cine negro también genera esta irrealidad cercana y tampoco tiene diálogos realistas. El hotel donde el protagonista se hospeda, desértico y completo, bien podría reflejar la propia mente del escritor, frustrado ante la carencia de ideas, como una multitud solitaria. 

En ese laberinto de hotel, que recuerda a los vacíos inhóspitos de “El resplandor” se refuerzan la atmósfera claustrofóbica que su habitación conforma. Parece buscar, en esos pasillos, la creatividad perdida como si de un tesoro se tratase, como si en ese hotel estuvieran todas las historias que puede haber en su cabeza. Solo a los Coen, sabedores de la importancia de un secundario de apoyo, se les ocurriría presentar a un personaje de la manera en que aparece John Goodman. La expectativa, la tensión, creada antes mediante las llamadas de teléfono, y en el momento clave, la pose y la mirada que abre al personaje. 

Con una iluminación que recuerda al cine clásico y dentro de este de nuevo al cine negro, pero detallado, nítido y preciso. Los guiños al espectador, son una constante en el cine de los Coen. Realidad y ficción se entremezclan formando una dimensión indeterminada, a caballo entre lo que el protagonista siente y la realidad que le rodea. Las bajezas del mundo literario se enfrentan a las posibilidades de la creatividad bien encarrilada. La lucha, el choque con el mundo se hace inevitable, que de esta surjan grandezas o banalidades solo depende del espíritu que lo anime.

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