Análisis de "La cámara lúcida" Nota sobre la fotografía.


Roland Barthes presenta un texto sucinto en extensión pero profundo y denso en contenido. Resulta especialmente atractiva la perspectiva intelectual en que se ha asentado y desde la que plantea toda una serie de reflexiones. El puesto de autoridad (quizás no buscado) desde el que expone, se basa en una serie de elementos que van desde la creación de una nueva nomenclatura en pos de la descripción de realidades frescas, hasta la sustitución del método científico por otro más apropiado, en el sentido de que sea lo propio del objeto a estudiar. 

Es, en cualquier caso, un libro sugerente, pues no desarrolla en toda su amplitud, no analiza, pues no es la forma, sino que expone, abre diversas vías, señala algunas vetas buscando naturalezas y siempre guiándose por la intuición y la observación de uno mismo. Pues la nueva metodología que instaura se basa en el sujeto, en si mismo, y esto, lo relaciona en mucho, con las últimas “ciencias” que a lo largo del último siglo se han instaurado. Las conclusiones que extrae son pocas y claras. Lo que realmente interesa y aviva el interés, son las pautas que le han llevado a tales conclusiones. La observación rigurosa de sus más leves reacciones, le sitúan en el punto de mira de las reflexiones. Desde lo particular de su situación, trata de establecer las claves intrínsecas, pues en definitiva esto es un estudio acerca de la naturaleza de la imagen fotográfica.

La muerte. El tiempo detenido en la foto atasca el fluir de las cosas de modo brutal. No podemos acceder a la dimensión de lo detenido, pues nuestro propio pensamiento escapa a esa monstruosidad que es la muerte, el cese. Pues somos seres temporales, en el sentido de que vivimos a través o mejor, junto con el tiempo y hasta nuestro discurrir mental exige del péndulo para sucederse. Nada más efectivo que una fotografía para mostrarnos la dimensión temporal, ya que carece de ella. Es el ojo de la muerte, el ha sido. Busca más allá de las clasificaciones habituales, escapa de la sociología y la antropología para adentrarse sin la armadura del raciocinio, en lo que la fotografía tiene que decirle. Lo que encuentra tanteando con sutileza se construye sobre lo que presenta. La presencia de Nieztsche y sus concepciones del arte y de la vida son innegables.

Respecto a la ontología de la imagen; Es una replica no natural. Lo patente, nada más. Registra sin sentido y representa la objetividad (objetivo), la apariencia. Lo que creemos que somos queda desplazado por lo que vemos, la actitud ante la foto es curiosa pues nos muestra, en gran parte, lo que somos realmente, lo que ven los demás. La cámara reductora queda limitada a la dimensión de lo que refleja, deja a la realidad en su espacio más explicito y superficial. En este sentido es una cámara lúcida y no cámara oscura., pues revela, no oculta, muestra todo y no esconde nada. Está llena en si misma y no tiene finalidad inscrita en su resultado. 

Debe descender hasta la mecánica (química en este caso) de la fotografía, para descubrir la necesidad de un referente; Es el testigo mudo. Su madre, el gran motivo, motor y clave sin la cual, quizá no hubiera ahondado con tanto ímpetu y hasta tan lejos en la naturaleza de la imagen fotográfica. Hacerlo personal e íntimo, esa es la clave de sus aciertos y la fuerza de sus sentencias. Así, se convierte en una investigación novelada, en un viaje hacia el interior de Barthes donde intuimos sus miedos y esperanzas, prejuicios, melancolías, y deseos, bajo la enorme sombra de la muerte, erigida sobre la foto de su madre. El referente ineludible es que se trata de una certeza del pasado.

Es una nueva concepción de la historia, probada y patente. Presenta la particularidad incapaz de universalizarse, la experiencia, incapaz de expresarse. Topa con la incapacidad de ir más allá en el escrutar, pues nada se puede decir sobre lo evidente, solo puede certificar su propia evidencia. Y eso hace Barthes, al expresar la incapacidad de sacar nada de la foto, como si solo pudiera consumirte delante de la imagen, sin sacar nada, ni conocimiento ni verdad alguna. Ante la dureza de esa evidencia, queda el abismo de una locura rechazada a la fuerza para asimilar la realidad penetrante y dura frent

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