(…) “ Lo ha hecho. Llevada por un impulso, Irene hizo el
pedido…y no fue por una cuestión de curiosidad, sino por total y absoluta lujuria.
Buen material además, niños y niñas guapos, directos de Amsterdam. Todos bien
dispuestos y dotados, y casi de carne y hueso. Se pregunta cómo algo pueda
hacerte sentir tan bien y tan mal al mismo tiempo.
En el número 30, la sra. Walker nota la turbadora
subcorriente de violencia al otro lado de la ventana. Tiembla imaginando
cualquier clase de macabro acontecer en el cementerio. Si su Charlie estuviera
aquí para protegerla, y no ahí fuera, en la tumba a la que ella le condujo tan
pronto…
Ken
Riley ha corrido a oscuras. A través de un cementerio. Pero es al volver a casa
cuando se enfrenta al verdadero origen de sus miedos. Corre porque está engordando.
Y envejeciendo. Y su mujer ya no le quiere. Ni le ha querido nunca.
Es la
tercera vez que Jane se ha despertado esta noche. Diez minutos después, los
terrores han cedido lo bastante como para que pueda fumarse un cigarrillo
rápido. Esta vez ha sido peor que nunca. Pero claro, siempre parece peor que
nunca. La parálisis del sueño es un demonio frío e impersonal, y más intenso y
desolador por el hecho de que se sufre en solitario. El terror es lo bastante
fuerte como para pegarte a la pared del dormitorio de un salto, convencida que
hay algo en tu habitación.”
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