El
ser humano es muy sugestionable. Constantemente se nos presenta la interioridad
como un recipiente vacío que sobrereacciona ante las cosas. De esta forma es
habitual tender hacia la sobreprotección para evitar la alerta constante y el
desgaste que genera.
La
contrapartida de esta sensibilidad es que se produce cierto grado de
aislamiento frente a la sana socialización. Esto se traduce en un alto grado de
dependencia de la evasión, para de esta forma, alejarse del plano real, de la
consciencia frente a otras posiciones del yo y ahora más saludables y
arriesgadas. Estar en soledad, en un cierto grado de aislamiento es un gran
recurso para recargar las baterías creativas, sociales, emocionales, físicas,
espirituales… sin embargo un excesivo aislamiento es negativo por motivos
evidentes.
Esto
se debe a una ineficaz gestión de la resiliencia, de la capacidad de
recuperarse de situaciones emocionales adversas. Al otro extremo, tenemos por
supuesto, a los psicópatas incapaces de empatía real, únicamente de una suerte
de simulación emocional vacía sin sentimientos.
Mencionar,
como reflexión de fondo, que la sociedad actual y probablemente todas las
sociedades modernas, llegan de una u otra forma, a incentivar y favorecer la
dinámica y perfiles de nula empatía. Estos permiten tomar decisiones sin
conciencia del otro.
Frente
a ello, los perfiles más sensibles pueden apostar por una solución de consenso,
una gestión emocional adecuada, principalmente luchando contra el miedo.
Buscando y aceptando el vivir sin tener el control y sin temer el riesgo ni la
pérdida. Y para una digestión adecuada de situaciones adversas basta con
preguntarse: ¿Es tan grave? ¿Va a cambiar algo tu vida? El camino más
interesante está en la ligereza ante el devenir, la importancia justa ante cada
evento o circunstancia, con perspectiva y juicio de la vida, de lo realmente
importante.
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