Tras un
cuarto de hora más paseando sobre el océano, y habiendo dejado atrás a los
simpáticos escuálidos, llegué a la orilla de la isla; un apretado puñado de
enormes palmeras y altas hierbas que forran la cumbre de dicha (flotante) montaña.
A primera vista no parecía que alguien
la habitase. Era una especie de iceberg vegetal, no muy grande, pues en poco
tiempo lo bordeé completamente, alcanzando un saliente más elevado. Desde
aquella posición sólo pude ver agua y más agua, hasta que una línea (que nacía
y moría en el infinito), daba paso del azul oceánico al celeste; y entonces,
sólo cielo y más cielo.
- Y en el centro, flotando en la
inmensidad, una montañita verde- sugirió una voz familiar entre la maleza.
Sobresaltada, con el corazón desbocado, me puse a la defensiva- ¿Quién anda
ahí?…¡cobarde, muéstrate!- Mi voz sonó más asustada y estúpida que amenazante.
- Tú misma- respondió burlándose- ¿Jugamos?
¡Si me coges te dejo ver mi mente!
Escuché cómo mi escurridiza
interlocutora salía corriendo de entre la espesura, y tras dudarlo unos
segundos, me lancé a su persecución; saltando sobre troncos caídos, usando
lianas para salvar obstáculos, corriendo hacia el interior de la isla; hasta
que caí en la cuenta de que era físicamente imposible que la vegetación tuviera
esa profundidad, pues antes apenas había tardado en rodearla. Pero mejor ponte
en mi lugar, para que te hagas a la idea…
Vas
disminuyendo tu ritmo, desconcertada ante tan peculiar fenómeno que ha
desvirtuado tu percepción del espacio. Las palmeras son cada vez más altas, y
sus hojas se entrelazan formando una cúpula vegetal, que apenas deja entrar los rayos del sol. Tu
corazón disminuye también las galopantes pulsaciones, te tranquilizas e intentas
recapacitar sobre la absurda situación, sentada en una enorme seta.
Un rato después de recuperarte de tu
asombro, te das cuenta de que has perdido de vista a la única persona que había
en mucho espacio a la redonda, así que, algo frustrada, continúas andando por
la laberíntica selva con la esperanza de encontrar la montaña, para poder
ascenderla y situarme geográficamente en la isla, (desde una visión más elevada).
Vas sorteando formaciones cada vez más inaccesibles, sorprendida cuando te ves
obligada a vadear torrentes o descender desniveles del terreno, todo ello sin
apenas ver el cielo en lo alto. Sigues otro rato, gimiendo y deseando estar en
casa para darte un baño de agua caliente, cuando; tras atravesar una leve
cascada, te encuentras de frente con un enorme palacio de agua.
Es sobrecogedor. Una estructura
totalmente barroca que pareciera estar viva, palpitando con cada corriente
interna. Pórtico, columnas, ventanales, muros…todo de agua. Increíble. Através
de las evidentes transparencias puedes ver peces de colores, saltando de las
paredes al suelo, atravesando la estructura a sus anchas. Te has acercado lo
suficiente como para tocarlo. Extiendes la mano hacia la superficie ondeante, y
la fundes con su propio reflejo. Encantada por la tentativa, saltas dentro de
la pared, y la corriente te arrastra unos metros hacia arriba, para depositarte
otra vez en el exterior de la arquitectura biológica; de hecho, por mucho que bracees
no consigues evitarlo. Fuera otra vez, estas empapada.
- ¿Te gusta mi casa?- pregunta de nuevo
la familiar y misteriosa voz. Te giras lentamente, apartándote el pelo que tienes
pegado a la cara, y te encaras a ...
- Cielo santo, eres una niña. ¿Qué
haces aquí sola?- le preguntas a la pequeña.
- Lo mismo que tú, tonta. Todavía no
sabes quien soy, ¿verdad?- entonces prestas atención a su fisionomía. Pelo
castaño, ojos oscuros, casi inexpresivos; labios finitos, y tu vestido
favorito. Evidentemente conocías esa juguetona voz, porque era la tuya misma. Eres
tu, de niña.
- ¿Sorprendida?
- Un poco. Bueno, la verdad es que esto
es lo más extraño que he visto en mi vida- te respondes.
- Y en la mía, ¡ja!, estoy muy chula de
mayor. ¿Tengo novio?- Preguntas, mirándote de arriba abajo.
- Oh, por favor. Dime, ¿qué hacemos
aquí? Estoy un poco harta de este sueño, quiero despertar en mi aburrida vida
y, por cierto, ¿por qué coño huías de mí?
- ¡Has dicho una palabrota!- exclamas
de pequeña, llevándote las manos a la boca- No es un sueño. Estás muerta. Y no
huía, sólo jugaba.
- ¡¿Qué?! de qué estás hablan…
- Llegaste mareada a casa, fuiste a darte
un baño para relajarte; te quedaste dormida, y te ahogaste. Tonta.
- Dios…no…por favor- te flojean las
piernas y te desplomas- Es ci-cierto, me acuerdo de estar bañándome- las
lágrimas y el nudo de la garganta te impiden seguir hablando. Ambas guardáis
silencio, y tu yo de niña, te abraza para consolarte. Pasáis un rato así en
silencio, hasta que te susurras al oído:
- ¿Quieres conocer a Dios?
- ¿Co-cómo dices? Acaso esto es el...
¿cielo?
- ¡Claro! ¿Qué pensabas que era?-
respondes divertida- Hemos pensado que si el infierno es de fuego, ¡nuestro
cielo será de agua!
- ¿Hemos?- casi temes preguntar. Conoces
la respuesta.
- Dios y yo. ¿ Quieres conocerla? A
ella le va a hacer mucha ilusión. El agua simboliza el nacimiento de la vida,
es suave y a la vez fuerte, está en todas partes y a la vez en ninguna, como
ella. Ese tipo de cosas le encantan…¡vamos date prisa, o se impacientará!-
inquieres de niña.
Te limpias las lágrimas con la mano, y
entras en el palacio. Según atraviesas hermosas dependencias andando sobre el
agua, tal y como ocurrió al principio de mi relato; te vas explicando en una
susurrante conversación, que en realidad no es agua lo que ves, sino las
lágrimas de todos los niños que nunca pudieron llorar de adultos. Una manada de
ballenas os adelanta por el techo.
Sigues acompañándote hasta una sala en
la que no hay hueco de entrada, por lo que os veis obligadas a atravesar la
pared, y entonces empiezas a ver niños jugando, corriendo de un lado para otro,
maravillada. Un par de acuíferos pasillos más, y te das cuenta de que estas
sola. Tu yo niña se ha ido. Lo que no percibes hasta mucho después, es que en
realidad fue la mujer, y no la niña, quién se había esfumado; ya que tu siempre
has sido la niña, antes y después que la mujer.
- Me alegro de que te guste recuperar
la inocencia- dijo Dios, surgiendo desde el suelo. Tiene la forma de una mujer
atractiva, y es totalmente de agua. Su voz suena desde todas partes, como si en
vez de ella fuera el palacio quien hablara.
- Supongo que querrás saber por qué te
he traído, dejando huérfano a tu futuro hijo y viudo a tu previo marido- continúa-
pero eso ahora no haría más que apenarte. Vuelves a ser niña, y por tanto, ni
conoces a tu esposo, ni tus hijos han nacido. No hay hecho ningún daño.
- Bueno saberlo…gracias. Te-tengo una
pregunta
- Dime, amiga mía.
- ¿Puedo verme tal y como soy, por última
vez?
Mi marido había
tirado la puerta del baño. Ahora estaba llorando, abrazándome contra su cuerpo,
dentro de la bañera. Mis manos caían inmóviles a ambos lados, y mi cabeza
colgaba hacia atrás, con los labios morados y la mirada perdida en el paraíso.
Estaba totalmente pálida; toda vida se había esfumado de mi interior. Incluso
el agua de la bañera había adquirido el color y la temperatura de la muerte, y
se derramaba constantemente sobre el suelo de baldosas.
Ahora
soy una niña que vive en el palacio de agua, jugando con las ballenas y las
estrellas de mar. Y no me acuerdo de nada más, porque nunca ha habido nada más.
No hay ningún daño hecho porque cuando uno muere, desaparece con él todo lo que
vivió. Ahora sólo hay agua y vida.
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