Welles es la mente que se
regurgita a si mismo en la pantalla, que busca retos para poder afrontar con
sentido la vida. Por ello es dueño de la tensión, de ella se alimenta, es su
mayor motor.
La fuerza de las
imágenes de Orson Welles, no solo surge de un concienzudo estudio de la
iluminación, sino también de una planificación del encuadre, basada en
coherencias psicológicas universales y pautas estilísticas ya clásicas. Metáfora
más o menos afortunada, nos encontramos con dos mundos diferenciados, por un
lado, la cubierta del barco, el mundo superficial en un “vaciarse en la
apariencia”*
Hipnótico resulta todo
planteamiento, reglejo no solo una realidad social, sino evidencia también de la
profundidad de un espíritu único. Como parte del alto arte, en el cine, rara es
la identificación plena del artista con su obra, no obstante, multitud de
características y elementos de la personalidad parecen dejar un poso reconocible
a lo largo del tiempo. Esa es la huella, esa, la marca indeleble de Welles. Abismal
intuición e inteligencia, la experiencia de la vida ha calado hondo, aportando
el sesgo humano que toda obra sensible posee. La locura cristalina de esa
iluminación, los encuadres, caracteres, diálogos, nos muestran toda una serie
de matices, de contrastes.
La claridad con que se muestran las verdades humanas
(el bien, el mal, la moral, el deseo, la avaricia, la ambición...) aporta un
matiz de irracionalidad cercana a la filosofía agónica de Niestzche. Lo común,
lo banal, los valores del hombre de a pie
se ponen a prueba. Lo difuminado tras la personalidad y los estereotipos
en contraste directo, el interior del navío, es el lugar donde el silencio deja
paso a la reflexión intima. La iluminación cercana al expresionismo alemán de
Nosferatu o El Gabinete del Doctor Caligari, se adentra en la psique, en el
dramatismo junto los angulares perturbadores, ya clásicos de Welles.
El canto de sirena que nubla la razón del marinero,
adentrándose en lo subconsciente y así, rompiendo la barrera de la mente, dando
al discurso aún reciente del marido una nueva dimensión y sentido. Ejemplar
utilizador de recursos, Welles no deja libre ningún resquicio. Pro-hombre
renacentista se hace partícipe de todo rasgo del arte, de toda posibilidad
creadora.
La voz, el sonido, sin duda el as de la manga del maestro, poderosa,
penetrante. Sabedor de sus capacidades, utiliza el encanto de un joven, tan solo
le delata su voz. Esa voz no puede pertenecer a un hombre atemorizado por las
circunstancias éticas...conocía su poderío, pero aún no era el maestro
aventajado que se verá en sus presentaciones, el manipulador sutil, joven
Sáruman del séptimo arte que llegará con sus grandes personajes de “Sed de Mal” o “Campanadas a Medianoche”.
Los encuadres merecerían un estudio geométrico, psicológico,
artístico... Como en el canto de sirena, la manera de cubrir el diálogo con el
marido, el ambiente viciado de interior del bote... Tensión manifiesta, que
engancha pues todos tenemos, aunque sea aletargado, el gusto por la superación
personal o ajena. Pero Welles vive de ello, y con ello se crece, pues de la
lucha siempre vence con su portentosa astucia.
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