Dada la enorme secularización del
estado, y su tendencia natural ha un imperialismo pseudo político, parece
increíble que ciertas lecciones históricas sigan ignoradas en la indiferencia.
Si bien multitud de ejercicios geopolíticos han mostrado la lógica externa de
ciertas pautas internacionales, queda mucho camino en la exploración,
conocimiento y comprensión de los resortes masificados de la funcional e imperante
organización, de la llamada democracia.
La auténtica naturaleza de la
televisión, pese a que en la actualidad no se ajuste a las manifestaciones y
mucho menos se potencie, tiene su fundamento en ciertas relaciones entre el
espacio y el tiempo, es decir, en sus dimensiones condicionantes. De esa
virtualidad que arrebata la consciencia y reduce a cierto grado psicológico
(aún por estudiar hasta sus últimas consecuencias) es a la que nos referimos
cuando hablamos de una prefabricación de la realidad, un tiempo ficticio, una
dimensión, en definitiva, que como cualquier instrumento puede reducir a
ciertos grados de primitivismo.
La narración, la novela, el guión, el vídeo corporativo, el cine, aproximaciones, expresiones, plasmaciones en bruto de los símbolos pertinentes.
Reflejos más o menos acertados de épocas en formas y estilos más que en
contenidos en sí mismos. Ante toda discusión, ante todo planteamiento, debiera prefijarse una declaración de
objetivos, aunque sea de modo parcial, se debe encauzar las intenciones, no
solo para precisar la atención dispersa del lector, sino para obligarse a una
fidelidad propia, una fidelidad que despierte el espíritu crítico del propio
escritor.
Encontrar un método personal en campos tan inestables como el de la
interpretación tiene bastante más que ver con el estilo que con el contenido,
pues aquel determina este, forjado parece ser, de las maleables capas del
pensamiento y la percepción. En los entramados interpretativos, se trata, en
efecto, de afinar la visión parcial y no de dogmatizar científicamente en
terrenos por los que hay que pasar de puntillas y raudo, antes de hundirse. Sin
despegarse demasiado de la realidad para no falsear futuribles, se debe tantear
constantemente en un diálogo entre el estilo y lo empírico.
Analizar literariamente un producto
televisivo, sin duda nos dará una visón parcial de los elementos y
características, visión que en absoluto se ajustara a la labor interpretativa
que debiera realizarse. Por otro lado, si puede resultar considerablemente
efectiva la interpretación de datos numéricos y su consonancia con la realidad.
Es decir, no analizar dichos elementos de forma literaria, pues el medio por
antonomasia ya no se limita a dichos cauces, sino adentrarse en gran medida en
la sociología como instrumento, a sabiendas de sus limitaciones y capacidades.
No tanto la influencia en la infancia, probablemente el motivo sociológico del
que más se ha discutido durante los últimos años. Tema del que existen miles de
estudios basados en cientos de muestreos, con conclusiones debatidas hasta la
saciedad.
Con una simple frase puede quedar resuelto el dilema; amplificador de
predisposiciones violentas. Si queremos profundizar algo más, asomarán teorías
y datos. Puede tomarse como una vía de salida a la violencia inherente, como una
forma de inmunidad contra acciones violentas, como el inicio de instintos que
debían estar aletargados, como destrucción de la inocencia…en fin, tantas
variantes y matices como niños-espectadores. Que el tiempo delante de la
televisión influye, por descontado. Que se deberían evitar ciertas secuencias
violentas, es ley incumplida. ¿Penalizaciones suficientes? El Ejecutivo,
receloso de delegar poder en asuntos tan sensibles como el de la televisión,
difícilmente se lanzará a la compleja tarea de elabora un órgano regulador o un
código decente, y si lo hiciera, quedaría en fachada o mera marioneta.
El hecho de que los niños vean la
televisión, ha estado presente desde la aparición del receptor doméstico. Que
las elevadas cotas de visionado sobrepasasen el horario lectivo, era, en Europa
cuestión de tiempo, en Norteamérica la línea se rebasó hace ya tiempo, gracias
a un modelo anglosajón donde las jornadas escolares dejan tiempo para otras
actividades y aficiones. Competencia, no obstante, nunca ha tenido, la
superioridad de la pantalla rebasa con creces cualquier tímido intento de
menoscabar su labor lúdica.
La protección de los menores,
debiera ser prioritario, en efecto, pero la protección de los mayores, es
esencial.
Si la franja de población que tiene
poder para decidir no es consciente de la necesidad de un cambio, la infancia
no tiene nada que hacer. Se trata entonces de que se muestre las capacidades de
una madurez desarrollada y no de un mero
reconocimiento de facultades adultas. No hay que abogar, por otra parte, a una
radical aplicación de una censura encubierta, sean cuales sean sus formas.
Ciertas secuencias violentas, ya no en el medio cinematográfico, sino
informativo o en la programación infantil, plantean todo un debate sobre la
natural necesidad de mostrar lo que sucede, así como los movimientos naturales
de expresión desde la infancia, o por otro lado, su erradicación para no llevar
al mimetismo nihilista tan frecuente en la actual crisis de valores.
No solo es necesario un estudio de
los patrones de consumo televisivo, o interpretaciones cercanas a los hábitos
de comportamiento que está socialización plantes, se empezarán a tener
realmente en cuenta los efectos televisivos cuando se estudien las radicales
transformaciones que sufre el órgano rector en su dimensión profunda. Hablamos
en gran parte de psicología, en cuanto es búsqueda de causas, de
interpretaciones, y no de la mera previsión o constatación de las
circunstancias y variables. Si reflexionamos en torno a este precepto,
llegaremos a conclusiones trascendentes.
La inocencia visual, los cambios en
hábitos frecuentes, nacidos de una Ilustración floreciente, el placer de
sensibilidades distintas, no visuales, la reflexión y la lectura…plasmaciones
en definitiva de las antípodas del pensamiento débil. El mundo empresarial no
es una característica de la comunicación masiva, sino que forma su naturaleza
más básica. Por tanto eso convierte a los medios de masas en un negocio, y así
es. La filosofía empresarial ha impregnado todas las manifestaciones
organizativas del hombre, hasta tal punto que la razón ideológica de los
partidos políticos se está desplazando por la económica. Toda finalidad pasa en
primer lugar por la motivación económica, luego las distintas variantes
empresariales, proponen diferentes modelos, en cualquier caso, después de haber
asegurado su integridad material completa. Como negocio, la televisión tiene un
mercado, donde los espectadores son vistos como audiencia, y respuestas de
origen cuantitativo.
El encendido debate en torno al cual se defienden o atacan
partidarios y retractores de la oferta actual, gira en torno al planteamiento
de si la programación propuesta es meramente un reflejo de la sociedad y sus
deseos, o si por contrario, es una interpretación tergiversada en cuanto
necesidades de ocio pasivo. En cualquier caso, toda elección es parcialmente
subjetiva, y en tanto lo es, supone una manipulación, esta vez a niveles macro
sociales. Si es inevitable este tipo de tergiversación de necesidades o deseos,
yo optaría por una más descarada y obscena, donde sin tapujos quede claro si se
trata de un insulto a la inteligencia o un oasis en el desierto.
La audiencia de un programa, dada
la limitada oferta junto a multitud de otros factores, no supone en cualquier
caso la aceptación de los contenidos o su goce de alguna de sus peculiaridades.
La pasividad por defecto como actitud del espectador, fomenta todo un ritual
asociado con el descanso en torno al receptor. Correlativamente vinculado a
cierta forma de condicionamiento respondiente (tipo Paulov) también se une a
las gratificaciones de festividades y momentos de esparcimiento vacíos.
Indudablemente todas estas características actuarán en el inconsciente y se
reflejarían en el amplio informe psicológico que se reclama. La comodidad de
una socialización cuya máxima exigencia es el movimiento pulgar, elimina
tradiciones y homogeneiza en la vacuidad.
La sustitución de ritos, herencia
evolutiva y no mero apéndice SOCAL, supone un paso más en la postmodernidad en
la estamos inmersos. La creación de un hombre de enormes similitudes al sujeto
propuesto por un vitalismo nihilista cercano a Nietzsche, ralentiza en estas
primeras etapas la madurez psicológica. Una sociedad llena de niños de treinta
años en lugar de adultos de dieciséis, no aclara el concepto de progreso que se
está proponiendo en la actualidad. La prefabricación de una realidad, es a tal
efecto un medio más de moldear masas a objetivos incoherentes en cuanto son
fines falsificados por el hipnotismo de la tecnología y el dinero. El cambio
mental generado a raíz de un universo fic6iceo creado a tal efecto, sustituye
la estricta realidad, generando constructor sin base, ficciones que se aceptan
y ase toman por válidas, ya no solo dentro de ese tiempo ficticio, sino cruzando
las fronteras de la pantalla, y como pautas reales y válidas.
Una realidad,
puesta ante los ojos, sin una finalidad planificada por un solo ente o
grupúsculo, sino que a base de intereses opuestos a la filantropía,(propios de
la concepción empresarial mencionada) generan la ilusión de un poder ajeno que
pretende enajenar para esclavizar y por tanto para vivir a expensas de
libertades, especialmente de libertades creativas.
La protección de los menores ante
tal cantidad de peligros, supone una tarea hercúlea; inmersos en el torrente
laboral, no deja demasiadas opciones, siendo la prohibición o la permisividad
las dos caras dentro de las elecciones más asequibles. El resurgir de la
llamada Galaxia Gutemberg puede ser un escudo a favor, sin olvidar la imposibilidad
de una impermeabilidad completa. La función del medio, como herramienta
educativa, es casi inexistente, y los posibles efectos beneficiosos, son
reducidos al mínimo.
Sin intenciones de realizar un
análisis sobre la influencia de la televisión en la sociedad, al estilo de
Gerbner o de Gonzalez Requena, cualquiera que sea la aplicación dentro de las variantes
televisivas, debe pasar por un sucinto análisis de la situación social respecto
al medio por antonomasia. En base a estos conocimientos mínimos podríamos
interpretar, sin demasiada dificultad los temas que puedan plantearnos. La
racionalización es por tanto un instrumento útil, pero dentro de sus
limitaciones, pues sin la consiguiente aplicación sobre la realidad perdería
densidad o se degradaría para hacerse perecedera.
La fragmentación del discurso
es una característica típica del nuevo discurso, y cobra especial fuerza en un
medio donde los tiempos se pueden trastocar a voluntad, desordenando la
estructura clásica. Esto en si mismo no tiene por que ser negativo, siempre que
nos basemos en un conocimiento previo del orden clásico, y siempre que no se
reduzca a un mero capricho estático, generalmente pasajero.
En la televisión, la reducción del
campo simbólico, muestra altos grados de degradación cultural. Como forma de
representación de altos valores, resulta pobre, endeble, incapaz de transmitir profundidades
heroicas o dramáticas. La televisión se ha asumido como una forma degradada del
cine, lo que la ha llevado a no explorar sus capacidades, de por si
monumentales. Herramienta enormemente desaprovechada, podría sacar al hombre
actual de la degradación vital en que se haya inmerso, pero no con formas
endebles que se deshagan en el tiempo, sino creando obras de arte propias de su
naturaleza, aún por desarrollar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario