El cibernético barman odiaba a todo el
mundo, pero casi no se le notaba. Cuando no había nadie, el sonido de la
máquina tragaperras le hacía compañía.
Servía y daba conversación, iba y venía.
Susurraba los precios de los sitios
cercanos.
No entendía las modas ni los gustos
extraños.
Cuando cumplió su millón de días del año
se retiró a un pequeño asteroide.
Nunca dejó de acudir a su antiguo trabajo
para jugar con la máquina que tanta compañía le había hecho.
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